Un empresario que vende y coloca bañeras puede comprar su producto en China y ganar mucho dinero. También otro que comercie con muebles de cocina. Esto es así porque sus costes son muy bajos y sus márgenes lo suficientemente altos como para poder cambiar el producto por otro totalmente nuevo si el primero resulta defectuoso. ¡¡¡Bienvenidos al low cost!!! Que no es malo… si somos conscientes de qué estamos comprando.
¿Pero qué ocurre con productos de alta tecnología? ¿Y con aquéllos que inciden directamente en nuestra salud? Vaya por delante que no queremos demonizar todo lo que viene de China o de los países de su entorno pero es un hecho que, de unos años a esta parte, se ha detectado un incremento notable del uso de prótesis provenientes de aquel país que presuntamente podrían afectar gravemente a la salud ya que no se fabrican con las exigencias europeas en materia sanitaria. Tanto es así que, a mediados de este año, el Colegio de Protésicos Dentales de Madrid lanzó una campaña advirtiendo de los riesgos reales que conlleva tal práctica.
La razón de que se incremente la importación de materiales de países asiáticos es que su coste es, por supuesto, infinitamente más bajo. De ahí que muchos tratamientos low cost se hayan lanzado a la compra de prótesis chinas. Pero, ¿conocen lo que colocan en la boca de sus pacientes? ¿o deberíamos llamarlos clientes? ¿Saben cuál es su composición exacta? ¿Y el laboratorio que las fabricó? ¿Qué garantías ofrecen? Cuando el objetivo del tratamiento pasa por maximizar el beneficio, nuestra salud deja de estar en buenas manos.
La pregunta es: ¿sabemos qué nos llevamos a la boca? La presencia de plomo en una prótesis dental –o de cadmio, benceno o berilio- puede causar daños irreversibles en nuestra salud. Y lo cierto es que la simple sospecha acerca de la composición de esas prótesis debería ser motivo suficiente como para provocar su rechazo. ¿Qué hacer entonces? Exigir que los materiales que se van a utilizar provengan de fabricantes que cumplen con todos los requisitos exigidos por la legislación europea. Sólo así se puede conseguir, como señala Joaquín Madrueño, vocal de Colprodecam –Colegio de Protésicos Dentales de Madrid-, que el protésico pueda “hacer una guía de fabricación que se guarda durante cinco años, en la que se indica los tipos de materiales y lotes” y que permite conocer la trazabilidad de los materiales empleados en la fabricación de las prótesis. Es decir, quién es el fabricante y qué productos presentan en su composición.
¿Puede el paciente conocer la composición y el origen de la prótesis que se le va a implantar? Sí. Y así lo prevé la legislación española. Por un lado, podemos exigir a nuestro dentista un certificado que contemple todos los datos que necesitamos saber acerca de nuestra prótesis. Algo que, además de darnos seguridad, nos resultará útil, por ejemplo, si cambiamos de dentista o la clínica low cost a la que vamos cierra sin previo aviso –y no, no estamos exagerando: véase el artículo de Las Provincias que posteamos días atrás-. Pero es que además, la ley permite al paciente que exija al dentista el desglose de la factura de modo que pueda conocer el precio de sus implantes independientemente del coste del tratamiento.
Porque ahora que disponemos de materiales realmente biocompatibles lo que es una pena es valorar nuestra salud en términos económicos y llevarnos a la boca materiales que hace tiempo que en Europa se consideran no ya obsoletos, sino altamente perjudiciales.
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